¡Esta es una revisión vieja del documento!


4.1 - No confie en su cerebro

Los administradores de sistemas en general son personas inteligentes. Usted es inteligente. Yo soy inteligente. Todos somos inteligentes. Hemos alcanzado nuestra estatura a travez de la capacidad intelectual no de musculatura. Claro, nuestra buena apariencia ayuda, pero en el fondo es un trabajo de “cerebro”. En promedio la gente tiene una capacidad de memoria a corto plazo de siete cosas, mas o menos dos. ¿Qué pasa con el lector promedio de este libro? apuesto que está cerca de ocho, nueve o diablos, tú el de la última fila leyendo el cómic puede que seas tan alto como un diez (mas o menos tres).

Volviendo a mi lista personal de cosas por hacer, veo cerca de 20 cosas. Rayos. Son mucho mas de 10.

No hay manera de que pueda confiar a mi cerebro en recordar 20 cosas. Necesito un poco de almacenamiento externo. Igual que usted.

Espero que no se sienta insultado cuando digo “No confie en su cerebro”.

Yo no confío en el mío. Es por eso que escribo cada petición, cada vez. Si utilizo un PDA o un PAA cuando alguien me pide que haga algo, lo escribo. Esto se ha convertido en el mantra:

Anote culaquier solicitud, cada vez.

Mi cerebro se siente un poco insultado en esto de la falta de confianza. Cuando alguien me pide que haga algo mi cerebro empieza a gritar, “Lo recordaré, deja el PDA, Tom! confía en mi esta vez” Sin embargo toda la motivación que necesito para registrar la solicitud es remontarme a quellos momentos en los que he tenido que hacer frente a un cliente que estaba molesto porque no terminé su solicitud y decir la pobre excusa de “se me olvidó”.

En el Capítulo 2, Hablé de delegar, registrar o hacer. Cuando delegamos una tarea, no tenemos que registrarla, aunque a veces es aconsejable hacerlo para asegurarnos de que la solicitud sea llevada a cabo. (Somos, por así decirlo, guardianes de nuestros hermanos)

Además, si vamos a hacer la tarea, no tenemos que anotarla. Si alguien pregunta “Pásame la sal por favor” no lo escribo en mi lista de pendientes, “pasar la sal,” y luego la tacho de mi lista. Eso sería una tontería. Sin embargo, si alguien me pide que haga algo y digo “Claro, cuando termine lo que estoy haciendo”, entonces lo escribo. No confunda “cuando termine” con hacer algo inmediatamente. De hecho, para mi, la mayor tentación de no escribir algo es cuando pienso que lo voy a recordar porque es lo siguiente que tengo por hacer.

Nuestros pobres cerebros. Tan insultados por la sugerencia de que no pueden recordar todo. Sin embarjo, recuerde que en nuestro cerebro es también el lugar donde se mantiene nuestro ego. A veces nuestro ego sobrepasa su límite y sobrevende a su amigo el cerebro. Cuando se escuche a así mismo pensar “no necesito escribir esto” o “voy a hacer una excepción esta ocación, ¿cómo podría olvidar esto?” solo recuerde que este es su cerebro -tan gran como Texas- sobreprometiendo como un agente de ventas de Microsoft tratando de cumplir su cuota mensual.

Yo solía pensar que el cerebro es el órgano más maravilloso en mi cuerpo. Entonces me acordé de que me estaba diciendo esto.

Emo Philips

Si eso hace que su cerebro se sienta menos insultado, solo recuerde que al no saturarlo con aburridas listas de pendientes, estamos reservándolo para las tareas importantes. En el Capítulo 1, mencioné la historia hacerda de Albert Einstein tratando de reservar la mayor cantidad de su cerebro para la física eliminando otras tareas, como decidir que ponerse cada día. Lay leyenda también dice que Einstein no memorizaba direcciónes o números telefónicos, incluso el suyo. Los mas importantes los escribia en un trozo de papel y los guardaba en su cartera a fin de utilizar la preciosa capacidad intelectual. Cuando alguien le preguntaba sobre su número telefónico les decía que está en el directorio telefónico y cortesmente les sugería que le hecharan un vistazo. Se como Einstein; reserve su cerebro para la administración de sistemas.

If I don’t have my organizer with me when someone makes a request (this usually happens when I’m on the way to the men’s room), I am very forth- right with putting the onus on the requester to make sure her request gets recorded. For example, I’ll say, “Gosh, I’m running to a meeting and I really don’t want to forget this request. Could you promise to send email to ‘help’ [which creates a ticket in our request tracking system] that says, ‘Glenn. I need x-y-z. Ask Tom for details.’” I know that I have to put the responsibil- ity of remembering the request on my organizer or back on the person mak- ing the request. Anything but my brain.

I don’t trust my brain to remember stuff. Paper, on the other hand, I trust. Once something is written down, it’s there. If I have a list of 10 to do items on a piece of paper I don’t have to worry that one might vanish. Disappear- ing ink is something that only exists in cartoons, and a dog has never eaten my homework.

I also trust PDAs. I do fear a PDA breaking or somehow losing my data, but that’s why when I do use one, it gets synced to a file server that is backed up. When compared to the number of times my brain forgets things, PDAs are nearly as reliable as paper.

The Perfect PDA Environment

When PDAs were new and models were few, I worked in an environment that standardized on a particular model. The system administration team would configure the PDA to sync to the user’s home directory on the file server. Thus, the user’s data was backed up regularly.

When a PDA broke, we had a spare. Slap it into the person’s sync cradle and they were back in business instantly. Since everyone had the same PDA, the person would simply keep the spare while we took care of replacing the bro- ken unit.

This was quite luxurious for the PDA users in our group. Today there is more variety in PDA hardware, which makes it more difficult to provide this ser- vice, but it can still be approximated with a little coordination.


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